La historia de cómo conocí los conitos Turimar.
Corría el año 2000, yo acababa de cumplir 15 años y mi familia, que no podía pagarme la tan anhelada fiesta con la que la mayoría de las adolescentes sueñan, decidió regalarme una perrita. Era una cachorrita “marca perro”, bien negrita y con unos ojitos que compraban a cualquiera que los mirara. Decidimos llamarla Keila.
Con el tiempo se nos hizo costumbre salir a pasear patinando. En realidad, Keila tiraba de su correa y yo patinaba detrás. Y en una de esas salidas, pasamos por el kiosko de la cuadra a buscar algo para refrescarnos. Allí fue que los vi por primera vez: Conitos Turimar. El abundante dulce de leche que había en la foto de la caja fue suficiente para tentarme y por suerte no me defraudó.
Así, cada vez que salíamos a pasear, pasábamos por el kiosko en busca de esa recompensa deliciosa. Hoy Keila ya no está, pero yo sigo disfrutando los conitos mientras recuerdo nuestras tardes en patines.