Desde muy chica crecí siendo testigo del fanatismo de mi familia por el mate. Nunca entendí la devoción que mis padres, mis hermanos mayores y mis abuelos tenían con esa bebida insulsa que no hacía más que quemarme la lengua cada vez que terminaba probándola ante la insistencia de todos.
Por eso, mientras el recipiente lleno de yerba pasaba de mano en mano entre anécdotas y risas familiares, yo me contentaba tomando chocolatada fría. Hasta ese día que no olvidaré jamás, cuando mi abuelo me vio estirar la mano hacia la bolsa de bizcochitos de grasa Turimar y me la arrebató diciendo “los bizcochitos son para los que toman mate”. Indignada busqué apoyo en la mirada del resto de mi familia, pero todos parecían estar de acuerdo con el patriarca.
Ahora tomo mate, con agua tirando a tibia y varias cucharadas de azúcar. Y cuando mis sobrinos acercan las manos a la bolsa de bizcochitos les digo orgullosa que son para los que toman mate.