O cómo me conquistaron con un Bocadito Turimar.

Tendría 11 o 12 años, el frío me calaba los huesos mientras esperaba con mi guardapolvo blanco y mi escarapela detrás del escenario en el teatro de la escuela. Como todos los años, la maestra había elegido a un par de alumnos para recitar unas palabras durante el acto por el Día de la Independencia y a mí me había tocado la parte más larga.

Recuerdo que temblaba esperando mi turno. Quiero pensar que era por el frío, pero probablemente fueran los nervios. De repente, sentí una mano cálida sobre mi hombro. Era Martín, un compañero que solía pedirme el borratintas 5 veces por día. Lo miré sobresaltada. Sin dejar de mirarme a los ojos me puso un Bocadito  Turimar entre las manos mientras me decía: “Para que te traiga suerte”.

Sentí cómo mis mejillas se enrojecían y le agradecí en silencio. 

No sé si habrá sido el bocadito o la paz que me transmitió Martín, pero los nervios desaparecieron y al final del acto todos me felicitaron.  

Más tarde ese año lo invité al cine, y cuando llegó la hora del adiós lo despedí con un beso y un Bocadito Turimar.

Ahora que pasaron los años, cada vez que pruebo la que se convirtió en mi golosina preferida recuerdo ese momento con una mezcla de nostalgia y alegría.